La mujer de pelo gris camina encorvada. Su joroba es una mochila rosada con la cara sucia de Minnie sonriendo al sol. En una mano lleva una bolsa de arpillera roja donde se traslucen papas y boniatos. En la otra, una cartera, una matera y una bolsa de supermecado como haciendo equilibrio.
Atrás de ella, casi pisándole los talones, la joven de zapatos embarrados y uniforme liceal carga con bolsas de nylon bien infladas. Enseguida y detrás viene caminando otra hija. De túnica escolar con una mano adelante, jugando con la moña desatada y una mano atrás sujetando al más chiquito. El que cierra la fila viene trotando. Cuando su hermana da un paso él debe dar tres. Con una camiseta anaranjada flúo y un número nueve en la espalda, este Suarez está a punto de pedir cambio a gritos y llantos. La mamá pato y sus patitos saben que deben mantener esta disciplina para no correr peligro. A un lado pasan autos, carros y algùn ómnibus. Al otro lado, la zanja de agua y barro.
La avenida San Martìn, que atraviesa el barrio Casavalle, no tiene vereda aún.
Por Javier Russo