Con un vestido de flores verdes, rojas y amarillas, y parada sobre las tablas de un improvisado estrado, Marìa cuenta sus vivencias. Vivencias horrendas que hablan de torturas y represiòn. Pero no llora, ni grita ; solo las cuenta.
Cara redonda, cachetes inflados y labios pintados de rojo. Rojo como la sangre derramada de su comunidad. Las vueltas de la vida quisieron que sobreviviera al círculo del terror de las Fuerzas Armadas guatemaltecas y que hoy, con su voz pausada, desgrane como si fuera un enorme maíz parte de su historia.
Aros grandes y plateados cuelgan a cada lado de su rostro. Sus párpados celestes tapan y destapan dos enormes bochones color miel, vivaces, que miran a todos y miran a lo hondo de los ojos de todos. Mientras cuenta y mira, mueve sus brazos regordetes. Los alza, los lleva hacia los costados y hacia adelante, mientras sus pulseras redondas se hacen sentir recorriendo sus antebrazos.
Sus manos también hablan. Sus dedos se estiran y se arrollan y el puño se aprieta cuando menciona el dolor. Sus dedos rojos en la punta, señalan culpables que su memoria tiene prohibido olvidar. Dedos torcidos, dedos con historia que se acarician y se entrelazan cuando habla de las otras mujeres que sufrieron lo mismo que ella.
Sabe que sus palabras no caen en vacío, girarán como un espiral que apunta hacia adelante. Vienen de lo más profundo, las vuelca, las comparte con los atentos escuchas que la rodean. Ellos las contarán a otros y otros, a otros más. Esa es la tarea de María, que sabe que la justicia es redonda, redonda como Tierra misma.
Javier Russo
¡Qué hermoso texto! Juro que pude ver a María mientras lo leía.
¡Felicitaciones JAVIER!
Laura