El primer elemento a notar, es el buen arranque. Se parece a una novela policial, crea suspenso y atrapa el lector.
Otra clave de una buena crónica son los personajes. En esta crónica tenemos un primer personaje clave, que nos introduce al tema, con el cual empieza la historia que ella quiere contarnos. Lo delinea con cierto misterio, también parece una descripción de un personaje de una novela, nos dice que viste de forma común y casi humilde y que toma mucho: estos elementos tienen el efecto de acercar el lector al personaje.
Los otros personajes de la crónica también son presentados en este doble plano. La ropa que llevan, los años que tienen, los presentan como jóvenes cualquiera, mezcla detalles: mientras cuenta de cráneos de jóvenes con heridas de balas, describe las uñas rojas o un piercing de la chica que investiga estos casos. Estos detalles dan normalidad a la situación que de otra forma el lector percibiría como algo ajeno.
Esta forma de tirar detalles de vez en cuando también recuerda a la literatura, tiene el efecto de darle misterio al personaje, parecen aventureros, se estimula el lector a imaginarse los protagonistas, si contara todo con descripciones lineales tendría el efecto de no dejar espacio a la imaginación del lector.
Otro recurso literario es la mezcla temporal, empieza en un lugar del presente para ir hacia atrás y volver al presente.
Otro elemento notable del estilo son los diálogos, puestos como interrupciones del relato. Dan ritmo a la lectura, y tienen el efecto de involucrar el lector, como si él estuviera en el edificio con la periodista escuchándola y de repente alguien la interrumpe para comentar algo. Hacen que el lector participe de forma activa también dándole un orden a las informaciones que le llegan así de varios lados simultáneamente, algunas de carácter más histórico, otras de carácter emotivo, otras geográfica, etc..
Se nota una coherencia sólida, tanto que los personajes en sí, individualmente no tienen valor, los detalles que cuenta son funcionales al desarrollo del tema: el trabajo que hacen y el sentido que tiene lo que hacen. Los personajes son muchos, las historia distintas y parecidas al mismo tiempo, contarlas sirve para llegar al tema, para humanizar el tema.
Este hilo conductor está presente de forma sutil desde el principio, sin ser declarado. Tenemos elementos que nos invitan a reflexionar y a llegar a este hilo.
Cuando, describiendo el experto de Estados Unidos, dice: “estaba habituado a vivir en un país donde los criminales eran individuos que mataban a otros no una maquina estatal que tragaba personas y escupía sus huesos”, aprovecha para describir, por contraste con el país de él, lo que pasó de extraordinario en Argentina. Sin dar juicios abiertamente nos lleva con la descripción a percibir lo absurdo, infernal y amoral que fue el estado argentino durante la dictadura militar en 1976.
Esta forma delgada y clara al mismo tiempo emerge cuando cuenta lo extraño que se sienten los jóvenes antropólogos, cuando comienzan de su actividad, al relacionarse con la policía. Sin decirlo, se subraya el papel que tuvo en la dictadura y el miedo y la desconfianza que había quedado en los civiles.
Todo el relato es una sucesión de datos históricos, importantes para la credibilidad del periodista, detalles cotidianos y humanos, que nos acercan a los protagonistas empezamos a vivir con ellos a tener informaciones sobre sus vínculos con lo que hacen y sus motivaciones. También se remarca en varias formas los jóvenes que son los protagonistas, los vivos y los muertos. Que los muertos fuesen jóvenes hace más tremenda la acción del estado (si es posible); la juventud de los vivos resalta por contraste la muerte, los huesos. La juventud de ambos es una celebración a la vida, y lo que eligieron hacer en sus vidas una celebración a libertad. Todo esto se lee entre lineas.
Remarcando el lado humano de los personajes provoca una emoción en el lector, resalta el contraste entre los jóvenes antropólogos inexpertos y inocentes que se mezclan con un asunto sucio de la política, los huesos, la muerte.
Deja que el lector se haga preguntas y llegue a sus conclusiones por ejemplo: ¿que estado es un estado que mata jóvenes desaparecidos y los entierra? ¿Es justo lo que hicieron estos jóvenes? ¿Que papel tiene la investigación? ¿la verdad, el contar la historia sirve?
Otro recurso para involucrar el lector es la descripción del edificio sede del equipo de investigación, todo el tiempo emergen detalles del “afuera” junto a “pero da igual”.
Estas miradas afuera de la ventana son una toma de aire, estamos involucrados en un cuento con emociones fuertes, para aflojar un poco.
Contar que esta actividad tan rara está colocada en el medio de un barrio popular achica la distancia, lo que pasa en el edificio está mucho más cerca de la cotidianidad de cada uno de lo que se pueda sentir en un primer contacto. También se subraya la inconciencia de la gente de afuera, que no sabe lo que pasa ahí o no quiere saber, no se le ocurre levantar la mirada y observar y preguntarse. Atrás de estas imágenes hay una critica a la superficialidad de la gente, a esta falta de interés para los problemas políticos percibidos como algo lejano, actitud que justamente está a la raíz del problema de la prepotencia de la política, que la falta de atención y de critica de la gente común permite. Esto lo tenemos también através de la información que nadie financia. Y nos quedamos preguntándonos porque.
Por ultimo la periodista está presente en el texto, en un punto habla en primera persona, sigue contando y se mezclan declaraciones (sin puntuación de diálogo) con sus consideraciones (p. 9) como si ella y la historia y los personajes fuesen una unidad. Desarrolla la crónica aparentemente de una forma muy fría, ofreciendo el escenario y los personajes al lector así desnudos. El resultado es que el lector está solo en frente los hechos y se emociona por su cuenta. Como dice Villoro, las emociones no se pueden contar el lector tiene que vivirlas.
«El rastro en los huesos» se puede leer aquí
Por Rossella Petrolati