Nico

La casa está a mitad de cuadra. Dos enormes eucaliptus, entre medio de los extremos de la reja que delimita el frente del terreno, se bambolean atemorizantes por el viento.  Es un poco más del mediodía de una semana de mucha lluvia y frío que dió comienzo al invierno. Las calles de balasto están intransitables, embarradas y llenas de charcos. Toda la Ciudad De la Costa está así.
El portón no tiene puesto el candado, señal inconfundible de que nadie abrirá. Un labrador empapado hace fiesta al otro lado de la reja corriendo sin parar de un lado a otro por la zanja que el mismo construyó. El perro es en realidad de un primo de Nico y vino a parar aquí después de constatar que un animal de semejante tamaño y con tanta energía no encajaba en un apartamento del Buceo. Para mantenerlo a cierta distancia no es recomendable mirarlo a los ojos de tal forma de evitar interactuar con él de modo alguno. Scott no es el primer canino que habita esta morada: antes Ricky, un longevo sin pedigree, de muy mal aspecto que se pasaba el día deambulando en busca de algún rincón asoleado para echarse, solía ser el único animal de la casa. Ambos llegaron a lo de Nico por casualidad.
En esta casa no hay timbre, creo que nunca lo hubo. Para anunciarse es necesario golpear las palmas, gritar, tocar bocina, saltar la reja (si uno se siente capacitado para hacerlo) o llamar por teléfono buscando que de casualidad no dé ocupado. Si las persianas están muy bajas no hay nadie; sino, hay que esperar, a veces mucho.
Desde la reja un camino de hormigón se transforma en rampa al alcanzar la casa, justo antes del porche de entrada. Las fachadas están pintadas de blanco y le dan un aspecto austero. Es una casa baja, de tres dormitorios, uno de los cuales se utiliza como estudio y dos baños, uno, el que está en suite, no se usa.
Tanteo la puerta de madera del frente y entro al grito de «¡Buenas!». Doy un par de pasos.
–¡Pelotudo! ¡me asustaste! Esperá que termino de bañar a Nico –me dice  Graciela, asomando la cabeza por la puerta entreabierta del baño –vení, entrá y cerrá la puerta.
El baño revestido con azulejos de los que no se fabrican más, es amplio, muy amplio. A la derecha están los aparatos y sobre el inodoro un cartel a mano que dice: «Fijarse que no quede perdiendo la cisterna»,  a la izquierda está la pileta y al fondo la ducha junto a un nicho con puerta de madera que contiene el calefón.
En la ducha está Nico, sentado en una silla de metal y plástico que me mira con una sonrisa socarrona que se dibuja entre el vapor de agua que apenas deja ver.
–¿No tenés nada para decirme? –me pregunta levantando la mano derecha y esforzándose para mostrarme cuatro dedos que no llegan a extenderse completamente –Esperaba que me llamaras.
Se refiere a la final de la Eurocopa que ha ganado España por cuatro a cero y de las predicciones que ambos habíamos hecho, yo a favor del que finalmente terminó goleado.
–No me andaba el teléfono –le respondo entre risas.
Mientras lo visten hablamos de fútbol, casi siempre hablamos de fútbol.
–Arrimame la silla que está en el pasillo –me dice Graciela.
Es una silla nueva, casi sin uso, que una amiga le trajo de Estados Unidos y que piensa llevar a su próximo viaje a Londres para cubrir los Juegos Paralímpicos. La que tiene motor tiene el inconveniente de que la batería dura cada vez menos y sin la facilidad que la tracción mecánica le otorga es muy pesada y aparatosa. La otra, la roja, está en las últimas, necesitando un ajuste de todo lo posible de ser ajustado. La silla a motor  se la entregaron después de la Teletón de 200….. El primer fin de semana que la tuvo salió por primera ve en su vida a hacer los mandados, tenía dieciocho años. Cuando regresó con las compras,  excitado con la novedad de la independencia motriz, dejó las bolsas y siguió viaje rumbo a la pizzeria de unos amigos a unas pocas cuadras de su casa. Conducir cualquier vehículo era difícil en esas calles, inclusive estando al tope de las facultades motrices. Aún hoy es dificil. Era la primera vez que hacía los mandados y la primera que se quedaba con el cambio. La pizzería estaba cerrada porque era muy temprano, así que decidió seguir paseando para hacer tiempo mientras esperaba que abrieran. «Fui para atrás de donde está la barométrica y me caí en un pozo, por suerte  pasó la policía y me sacó» cuenta sonriendo. «Después, volví al boliche y me gasté todo el vuelto en fainá, pizza y coca cola, y cuando llegué  a casa me comí una semana de penitencia sin poder usar la silla» recuerda Nico.
En el estar, un andrajoso sillón de dos cuerpos contra la pared opuesta a la estufa, es junto a dos sillas de plástico, casi lo único cómodo que hay para sentarse. Una mesa de cármica verde con patas de hierro negras, se utiliza para comer a diario porque la que está en el comedor está llena de bolsas y papeles. Sobre ella, no hay más que una pequeña radio negra y el control remoto de la tele al que le falta la tapa de las pilas por la sucesión de caídas que le ocurren a diario. En un rincón, al lado del ventanal de aluminio que dá al frente, hay un mueble de madera que sostiene la tele y un equipo de música de los noventa, de doble casetero y bandeja de cd con la radio sintonizada en alguna emisora de melosas canciones en español. Hay un solo enchufe para los dos aparatos por lo que nunca están encendidos al mismo tiempo.
–Poneme Wimbledon –me dice Nico y se esfuerza por acomodarse en la silla.
–Dejame prender primero la estufa. ¿No tenés frío? –le digo mientras aprovecho para cambiar la radio.
–No –y parece encontrar acomodo recostándose contra uno de los posabrazos –¿Me traes coca después?
Graciela ha comenzado el curso para ser docente de asistentes en el Programa de Asistencia Personal para adultos mayores que forma parte de la ley de cuidados y me pidió que acompañara a Nico durante sus horas de clase en los primeros días. Ambos han trabajado en la creación de dicha ley.
–Les dejé empanadas. ¡Nico, por favor, si sacan información de alguna parte citá las fuentes! –y sale corriendo con la ropa a medio poner.
Nico escribe para la página de facebook Hinchas de la Celeste, que tiene más de setenta mil seguidores y de la que es el único periodista redactor de todas las publicaciones. Y lo más increíble de todo es que Nico no puede escribir, nunca pudo.
La redacción de los dos informes que a diario envía vía mail a la agencia que gestiona el sitio tienen por objetivo dar a conocer cualquier actividad de deportistas uruguayos destacados o  actividades de las distintas selecciones uruguayas en cualquier disciplina.
El asistente, en este caso yo mismo, oficia de interlocutor, de herramienta viva entre Nicolás y la computadora. Es necesario leer y reeler, armar , corregir, borrar  y tipear a la velocidad de un taquígrafo, pues es sabido que la mente es más ágil que los dedos y sus palabras son mucho más rápidas que mis caracteres.
Casi dos horas después el trabajo está listo.
«Hola Federico, hola Florencia. ¿Cómo andan?. Les adjunto el informe cuatrocientos setenta y cinco. Saludos, Nico».

El resto de la tarde transcurre entre partidos de fútbol y chistes malos casi en cantidades iguales.
A eso de las seis llegan Graciela y Oscar. Ya se hizo de noche.
–¿Qué hicieron toda la tarde? ¿No se cansan de ser tan pelotudos? –nos dice con la ropa que acaba de recoger de la cuerda entre los brazos.
–La verdad que no –le respondemos casi al unísono.

Por Pablo Villoldo

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