Es:
La Patria Vieja con vacas sueltas pa tirar pa´arriba, que nos legó el asado y el desgano hacia el trabajo. El pobre Artigas que nació aquí pero nunca fue ni quiso ser uruguayo. Batlle, la Suiza de América, la gloriosa década del ´30 (cuando cantaba Gardel y éramos campeones del mundo).
Luego:
Mi primera década, la del ´60, con las asambleas de los “compañeros de la carne” y la Marcha de la Bronca convocando, la huelga de hambre de mi viejo y otros dirigentes, las marchas a pie a Montevideo, las armas tupamaras escondidas en un monte a orillas del arroyo Negro, donde me llevaban “a pescar”.
Y:
Las visitas a Libertad, las pensiones montevideanas. El básquetbol y el hambre al mismo tiempo. La militancia por la democracia, las ilusiones y las desilusiones. Los años de madera y viruta; de amor con pañales y llanto; de laboratorio con ampliadora y químicos, y los años de cronista gráfico.
Pero también:
Son los olores; del río, del mar, de los pescados, del zorrino, de la grasa de los frigoríficos, de la flor del espinillo. Los vientos; el del norte: cálido, del sur: frío; las sudestadas (¿habrá sudestadas en otros países?). Las palabras nuestras: chorro, cajetilla, mina, bondi, bolso, manya, botón, timba. La orilla del Río Uruguay, entrando a las playas desiertas con aguas tibias y quietas, haciendo barullo para espantar a las rayas, la caña mojarrera, las lombrices. Y después: aprendiendo a encarnar con camarones, el río-mar con agua marrón o verde, dulce o salada, cada piedra de la escollera.
Además:
El tango, Piazzolla (no hay que confundir las fronteras políticas con las fronteras culturales, me dijo una vez Boris Puga), Líber Falco, Onetti, Fontanarrosa, Idea, Circe, Cabrera el Darno y tantos. Mis amigos actuales y los lejanos.
Entonces:
Cargo una mochila llena de cosas como éstas que a lo largo de medio siglo he ido guardando. ¿Que hago con todo esto en un país extraño (Corea del Sur, pongámosle)? Nada. Sólo alimentar la nostalgia, el triste sentimiento de desarraigo. La sensación de no ser nadie. Un paria cultural. Pizarnik lo dijo claro: “Nada más intenso que el terror de perder la identidad”.
Iván Franco