Con un traje azul impecable y el nudo de la corbata perfecto, el Presidente avanza por la Avenida Brigadier Lavalleja parado en la caja de una vieja camioneta. Al llegar a la esquina de Nicaragua adopta una pose ensayada y gira todo su cuerpo hacia la vereda que está a su derecha, dándole la espalda al colegio La Sagrada Familia. Se lleva una mano al corazón y permanece en esa posición hasta llegar a la última foto. Atrás viene ella. Saludando como una reina de carnaval, la sonrisa bien calzada e inamovible, asoma la mano y la va girando para un lado y para el otro, haciendo adiós a todos y a nadie, ubicada en el primer asiento al lado de chofer del micro. Es posible que algunos de los que van sentados más atrás sean nueras o hijos o parientes, todos integrantes de la familia presidencial.
En esa esquina, abajo, en la vereda, sosteniendo las fotos, están los familiares. Como han estado cada primero de marzo. Ninguno lo saluda. Padres, madres, hermanos, hijos, nietos, compañeros solo alzan las fotos y con su silencio siguen reclamando. Este año, en la pancarta, al lado de la flor incompleta, reza la consigna: “¡Basta ya de impunidad! Verdad y Justicia”. Otro presidente que pasa y ellos siguen ahí, detrás del cartel, debajo de las fotos, todos juntos, como una roca que resiste la ola del olvido.
Disparan una vez, otra vez y otra vez más. Tienen órdenes de disparar a discreción. Para eso los enviaron a apostarse en ese lugar estratégico. En los techos del colegio dos militares, con sus trajes de buñuelos y boinas negras, le sacan fotos a todo lo que se mueve. Quién sabe qué destino tendrán esos registros, lo que sí se sabe es que los militares siempre todo lo registran, todo lo archivan y todo lo guardan. Por eso sigue estando vigente el reclamo de que el gobierno de turno exija que se sepa la verdad, que digan dónde están. Pero la familia militar bien sabe guardar secretos.
El vendedor de banderas para auto sigue gastando suela y haciendo retumbar su voz contra los edificios de la avenida. El tortafritero sigue remando la masa blanca sobre la mesa improvisada. Sus familias esperan que el primer día de marzo se venda bien, mañana comienzan las clases y la escuela no es tan gratuita como se dice.
Otro acto de asunción, otro presidente que se va y otro que asume. En el horizonte cercano queda la promesa de formar una supercomisión por verdad y justicia que se parece mucho a fuegos de artificio. En el fuero íntimo queda la bronca de cuarenta años de no saber donde están, y la certeza de que van a seguir buscando.
La mujer baja las tres fotos con el cuidado de siempre, las manos arrugadas están rojas de apretar fuerte el palo que las sostiene. Cruza los brazos a la altura de la cintura, se toma el buzo negro que se puso encima de su ropa cuando llegó al punto de concentración y comienza a quitárselo. En la mitad del recorrido reflexiona y se lo vuelve a poner. Se lo dejará hasta que termine el acto para que el que quiera vea que hoy también “todos somos familiares”.
Javier Russo