La tierra descansa, la pala apoya su filo y parada descansa. La mano rodea el mango flojo y astillado, y descansa. La otra mano cruzada sobre la anterior espera, espera para ponerse en movimiento. Los hombros simétricos, redondos, quietos. Los ojos se mueven y distinguen la marcha. Son quince, veinte, ya están cerca. Hay hombres y mujeres. Hay viejos y jóvenes. No hay niños. Les pesa, hasta el andar les pesa, siempre les pesa. Antes del peor momento pasan en fila acariciando la tapa de madera y dejando caer gotas saladas sobre ella. Después del último, los músculos se ponen en movimiento. A paladas rellena el agujero y las flores en el piso adornan este pedazo de jardín. Casi todos se vuelven por donde vinieron. El recién llegado, el enterrador y la tierra descansan.
Por Javier Russo