Un libro siempre es un libro. No discrimino por autor ni por tema. No hay hora ni lugar: si las ganas están, siempre es un buen momento para leer. El silencio es ideal aunque no vital; y si de espacios compartidos se trata, prefiero aislar la mente en la música y evitar las voces.
Puedo pasear libros por meses o puedo devorarlos en un par de días. Los libros tienen su momento. Si no logro dar con el correcto, se transforma en una historia sin fin: empiezo más de uno a la vez. Me gusta cortar la lectura al terminar un capítulo, aunque eso signifique leer mientras camino al bajarme del ómnibus. Quedarme con dudas sobre el significado de una palabra o sobre algún personaje o hecho no es una opción, así tenga que esconderme durante las horas laborales para averiguarlo.
La descarga de libros se transformó en una mezcla de adicción y trastorno obsesivo compulsivo. No hay límites de horario, dispositivo, autor o tema; nada impide la descarga desenfrenada de varios libros por autor, sin importar el estilo y la temática. La fantasía de que algún día los leeré todos es el combustible de esta obsesión. La necesidad imperiosa de saber cuánto me falta para terminar un capítulo, es una punta más de este iceberg de ansiedad.
En ese afán de cumplir con la “meta”, es casi imposible abandonar un libro por más tedioso que sea. Toda regla tiene su excepción, y este caso no es extraordinario ni particular. Jorge Amado tuvo una doble oportunidad. La primera fue Gabriela, clavo y canela y la segunda Doña Flor y sus dos maridos. Sus descripciones puntillosas colmaron mi paciencia antes de la página 20.
Cuando pierdo la noción del tiempo y experimento emociones como si las estuviera viviendo, me compenetro con los personajes y los lugares, eso es para mí el Nirvana literario.
En el papel, la realidad se fusiona con la ficción. Identificar lugares ya conocidos, o incluso creer que estuve ahí por haberlos leído, es una manera de viajar sin moverse. Por eso disfruto mucho los libros que mezclan, dentro de la ficción, datos y relatos reales relacionados con la historia, la religión y la cultura. Viajar leyendo y leer al viajar son combinaciones perfectas. Antes de conocer alguna ciudad intento leer algo relacionado para entrar en tema. Así fue que antes de ir a Inglaterra leí England made me, y antes de Vietnam le tocó a El americano impasible, ambos libros de Graham Greene. Simple casualidad.
Esa costumbre de releer libros quedó en la infancia cuando leí una y otra vez Un cuento para cada día. Leía el cuento correspondiente al día; otras veces solo los correspondientes a fechas de cumpleaños de familiares, como buscando alguna característica que los describa. Podía leer varios cuentos seguidos hasta cansarme. Lo leí de todas las formas que creí posible. Ahora no se me ocurre más de una forma de leer un libro.
Por Magdalena Pérez