Cómo contar vidas dañadas

Presentación de crónicas periodísticas sobre adolescentes privados de libertad
11 de noviembre a las 19 horas en la Casa Bertolt Brecht (Andes 1274 e/ San José y Soriano)14910431_412273472229866_2343495252304290618_n

Desde el primer momento supo lo que estaba bien y lo que estaba mal. Su madre se lo había enseñado. Vivía solo con ella y en esa época no tenía trabajo. Él era un adolescente y si buscaba trabajo le pagaban una miseria. Cuando se acostó esa noche, en su cabeza solo daba vueltas una idea: con esa plata le podía dar unos pesos a la vieja, pagar las cuentas y comer.

Los “menores” son parte de los sectores más empobrecidos del país. Se los estigmatiza y criminaliza.

Tras cruzar la primera reja con candado, la guardia policial pregunta el motivo de la visita y qué elementos va a ingresar el visitante. No se permite entrar con cámaras de video, de fotos o grabadoras de audio sin la previa autorización de la presidenta de Inisa, Gabriela Fulco. Para todo lo demás, fuera de lo necesario o permitido, están los casilleros con candado, muchos de ellos con pegotines de “No a la baja”, custodiados por dos patos rosados de ceño fruncido pintados en la pared de enfrente.

La periodista recorre el centro durante ¿media hora? ¿una hora? Hay más de mil funcionarios que trabajan 8 horas por día en estos centros. Y más de 500 adolescentes que viven así 24 horas.

El foco no lo pone en los patios y pasillos inundados, ni en las celdas sucias, las instalaciones eléctricas riesgosas. El problema pasa a ser que todo esto se vandaliza.
¿Dónde enfocar cuando se abordan los temas de seguridad/inseguridad/delito?¿Qué lecturas queremos hacer de esta realidad?

“Promesem te dice que hiciste las cosas mal, yo quiero hacer las cosas bien, pero ¿qué herramientas me das para que yo pueda hacer las cosas bien?”

En el interior, las paredes con pinturas enormes y sin sentido, un intento de intervención o mural, parecen tener como fin distraer las miradas de las rejas y de los rayos de luz ausentes.

A la derecha está el centro de salud recién inaugurado; a la izquierda, entre rejas se ve el pasillo que lleva al celdario. Más adelante están los módulos donde ingresan las jóvenes para luego ser distribuidas en sus celdas definitivas. Luego un pasillo angosto lleva a la cocina y a una pieza donde funciona un lugar de esparcimiento. Abajo dicen que funciona un gimnasio.

Me alejo y siento que las abandono. Cuando esté trabajando, ¿me acordadaré de ellas? El hombre que camina por General Flores paseando el perro, el que está esperando el ómnibus en la parada, el empleado del supermercado de la esquina o el camionero que carga la arena en el galón de atrás, ¿sabe que están ahí, cerca? ¿O solo los tenemos presente cuando la tele nos avisa que cuatro delincuentes tomaron por asalto un camión blindado de una empresa aseguradora y que uno de ellos fugó con un disparo en la cabeza?

Son las tres y cuarto. En el patio de recreo de la escuela pública ubicada frente al Nuevo Centro los niños corren y gritan. En los semáforos de la rotonda del monumento a Batlle obreros del Sunca se aprontan a cortar el tránsito. La vida sigue. Gente que va gente que viene, gente que no sabe que a pocos metros la vida de muchos adolescentes no sigue, porque en el encierro no se puede ir, venir, consumir. En el encierro solo se puede juntar bronca y esperar.

(Relato coral, elaborado a partir de fragmentos de las crónicas)

 

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