Puede ser un caballo. O no. Un caballo de mar o una langosta. Ah no, pará, creo que estoy viendo al jinete. Claro, hay un tipo que está montando esa langosta interestelar. Bueno, tal vez no. Siempre me pregunté cómo los antiguos podían ver dibujos en las constelaciones. El cinturón de Orión no es más que tres bombitas prendidas en la noche. Nunca tuve mucha imaginación para ver cosas en el cielo.
Cuando era niño me esforzaba por buscar mensajes ocultos en las nubes, pero no podía ver más que algodón. Este cielo no tiene nubes. Ojalá yo tuviera un poco de algodón. Cuando era niño quería trazar imágenes con las estrellas, como esos juegos de los libros infantiles en los que hay que seguir los puntos para formar una imagen. Nunca pude trazar nada en el cielo. No pude decidir el orden de los puntos.
Hace un rato no había tantas estrellas, ¿será que vinieron a verme? No entiendo cómo se reventó la cuerda. Me pregunto si este dolor es el que siente un meteorito al golpearse contra un planeta. Todos mis huesos, mis músculos, mis nervios se están quejando. No puedo moverme. Por momentos le doy gracias a esta piedra por sostenerme, y por otros, hubiera querido caer al vacío. No quiero que mi cuerpo se queje más. No quiero oler mi sangre metálica brotando de mi pierna. No quiero ver más ese estúpido cielo de trazos invisibles.
Soy un principito estrellado en un pedazo de roca de un planeta igual de idiota que todas esas luces ingenuas. Nunca entendí aquel libro. El principito. Debe ser porque lo leí cuando era niño, pero ahora vino a mi cabeza. Será que la caída afectó el cajón mental que guardaba las cosas inentendibles. No estoy seguro de estar consciente.
Un taladro está perforándome la pierna. Quizás es una juguera vampírica que quiere servirse mi sangre en una jarra. Ninguno de mis fracasos duele tanto como esta pierna. Trato de mover la espalda, los brazos, y ahora son espinas, millones de ellas que me pinchan el cuerpo, mientras una puntada finísima me recorre la columna vertebral.
En el cielo no hay estrellas, hay piedras. Piedras brillantes que me caen encima, que me pegan en la cara, en el pecho, que se meten en mi pierna rajada. Si al menos las estrellas sirvieran para cicatrizar.
Abro los ojos y ellas siguen ahí arriba. Quizás son los puntos que cosen las heridas de un cielo roto. No lo sé. Necesito arrancar uno de esos luminosos botones para rajar esa costura.
Dónde está la vía láctea cuando estás muriéndote de sed. Cuando era niño odiaba la leche. Mi madre me decía que se me iban a romper los huesos si no la tomaba. Aunque le hubiera hecho caso, mis huesos igual se hubieran roto hoy. Tengo la garganta tan reseca que en este momento tomaría cualquier cosa.
Llevo un rato mirando fijamente una de ellas. Creo que me está guiñando. Quién diría que estando roto iba a terminar seduciendo a una estrella. Al final la gente rota es atractiva. Qué digo, estoy mirando una roca que está a millones de años luz de distancia. Probablemente ya se apagó.
Puede que sea más que una roca, puede que sea un sol. Seguro ahí debe hacer tanto calor como acá. Las gotas de sudor me recorren la frente. Igual tengo frío. Quién me entiende.
La diferencia entre ella y yo es que cuando yo me apague ya nadie va a seguir viendo cómo ilumino todo a mi alrededor. Qué digo, como si alguna vez alguien hubiera visto una luz emanando de mi cuerpo.
Abro los ojos y ya no la veo. Estoy seguro que estaba ahí. Quizás bajó a verme. Es imposible. O no. Cuando hablemos le preguntaré si era parte de algún dibujo cósmico. No puede abandonar a los demás puntos, el dibujo va a borrarse, la herida va a abrirse, la tela va a descoserse.
El resplandor ilumina mis piernas y va cubriendo el resto de mi cuerpo. Se aproxima la luz. Por fin. Es ella. No puedo creer que hice bajar una estrella del cielo con solo mirarla fijamente. Tengo súperpoderes. Usaré mis encantos para pedirle que me quite el dolor, que me tire al vacío o que me convierta en una de ellas. Si pudo desafiar las leyes universales, seguro va a concederme mis deseos.
La luz me está cegando, pero no la puedo ver. ¿Será que así luce una estrella? Pensé que tendría cinco puntas y me saludaría con una de ellas. La luz viene hacia mí. No puedo creerlo. No hay ninguna estrella. Ya sé qué está pasando. Es solo una linterna.
Por Natalia Calvello