Por Mariana M.
Vengo del mar, al llegar a casa me sumerjo en la arena y sacudo el sudor amargo de la levedad de un recuerdo. Al minuto ya lo olvidé, pero vuelve dos horas atrás en un sueño de mi escritorio. En el sueño tu cara nítida ocupaba la pantalla de una computadora. Pero no, es raro que vengas también en el recuerdo de un sueño porque estás en todos lados. Por ejemplo, hoy que volvía del mar y me tumbaste como una ola justo en la puerta de mi casa, o pudo haber sido el asfalto blando sobre el que corre mi bici cada vez que vengo apurada del mar. Bah, no del mar sino del puerto, por eso nunca voy, sino que vengo. Venir yendo como la forma de los recuerdos en el sueño de tu cara en una computadora.
El puerto del que vengo está lleno de máquinas y recuerdos pero le falta arena, debe ser porque mi bici la disipa al pasar mientras va guiando al tren lleno de arroz con ademanes sutiles pero certeros. Cuando no está mi bici el tren no entra, le dice a los oficiales que sin guía no pueden ingresar cereales ni perros. A veces, cuando paso meses sin saber de los trenes me dedico con soltura a dirigir grandes embarcaciones que atracan en la bahía para que suban al cemento sin dificultad, porque todavía hay espacio entre las vías del tren y los contenedores. Casi siempre les digo que se apuren porque sólo hasta que vuelva tu cara a esa computadora habrá lugar para los barcos, las vías y los contenedores. Cuando están molestos con mis directrices les explico casi con ternura, que vos también venís yendo como el granito de arena que dejé desparramado, medio muerto o aturdido en el zaguán de aquel edificio cuando empezaba el día.
