Por Gabriela Fernández
La gata maulló en la ventana.
La acaricié con los ojos y la entré para afuera.
Era negra como la luz del día y tan chica que apenas pasaba por la reja de la ventana.
Estaba asustada y la sacudí varias veces.
Tenía hambre y la hice dormir; tenía sed y le di de comer.
La paseé en el ropero y la acosté en la playa.
Se fue de casa hace un año y duerme en la cocina.