Por Macarena Vico
Imaginé que era rojo y amarillo.
De confusa forma. Sentí telas revueltas rodeando un trozo de madera de unos diez centímetros. Era satén.
Del mismo objeto salía algo amorfo producto de lo que parecían cintas retorcidas. Confuso. Entre la madera (que era un palito como los que se encuentran en un parque de eucaliptos) y las cintas retorcidas, me encontré con un montoncito de yuyos o hierbas secas envueltas en un tul blanco, ya viejo. Desprendía perfume a cedrón y algo frutal.
Más telas colgaban como una falda acampanada.
En mis manos adivinas estaba el quitapenas de Mariana. No es cualquier objeto, es muy especial para ella porque se lo regaló su amiga Georgina durante una jornada de sensibilización feminista. Por eso, además de las telas atadas de color naranja, coral, rosa y blanco, e hilos color mostaza, tiene pintado el símbolo del género femenino. Mis índices y pulgares jamás habrían percibido ese trazo.
Mariana lo guarda en una estantería con los pocos objetos que llevó cuando se mudó a su nueva casa. Ese atril de recuerdos tiene también un jarrito peruano y una cajita de metal como alhajero, con sellos viejos. A su lado cada día posan los libros de la tesis que prepara para recibirse de antropóloga.
Allí es donde se exhibe el quitapenas con aroma a cedrón y tal vez a menta y manzanilla, aunque el polvo de la casa pronto alejará esos perfumes que Mariana siempre recordará.