Una chica de mameluco violeta va adelante entonando la consigna “abajo el patriarcado que va a caer / arriba el feminismo que va a vencer”, animando la cuadra y media de mujeres y hombres convocados a las seis de la tarde del 8M en la plaza de Las Piedras, departamento de Canelones. Recorrieron entremezclados siete calles de las dos avenidas principales en un clima más de mate que de euforia, salpicados de tnt violeta, con pancartas de repudio a la cultura machista que reclaman igualdad de condiciones laborales. A quince cuadras viven Beatriz y Noelia pero ninguna de las dos estuvo en la marcha.
Esa tarde Beatriz no podía dejar la casa sola. Tiene más de 40 años y después de su tercer intento está aprendiendo a leer y a escribir. En dos oportunidades empezó la escuela para adultos pero su marido no la dejó y ella acató. Él y las hijas de él, que ella crió, le dijeron que si salía de la casa era porque buscaba macho y era una puta mala madre que dejaba sólo a su hijo chico que sufre del corazón.
Ese jueves 8 de marzo, Noelia estaba en la emergencia del hospital porque, sin comerla ni beberla, le dieron una pedrada en el ojo en una pelea callejera. Su ex marido -que la había golpeado dos meses atrás- la llevó en la camioneta para que la atendieran; ya pasaron los sesenta días de restricción que estableció el juez por la denuncia que él mismo hizo luego de lastimarla.
En la plaza leen la proclama. Bajan la música de voces femeninas del único parlante que aglutina a las tres voceras. Empieza la chica del mameluco y capta la atención del semicírculo más próximo. El resto, disperso, se reúne en pequeñas rondas de viejos conocidos, compañeros y ex compañeros de trabajo y militancia intercambian charlas sobre alguna familia con la que han trabajado o aprovechan para ponerse al día con los audios de algún grupo de WhatsApp. Dos chicas jóvenes sentadas de cara al estrado improvisado se retiran del tumulto para poder continuar su charla más cómodas. Entre el murmullo y los gritos de los niños que jugaban en la pérgola desde antes que llegara la marcha, casi no se escuchan las reivindicaciones sobre la cuota política femenina en Canelones, exigir la ley integral para Personas Trans, la desaprobación a la Iglesia Católica y el repudio al femicidio y asesinato en Salto esa mañana.
Mientras tanto, Beatriz y Noelia hablan de amor. Beatriz aún espera que cuando vuelva de las clases a su casa, la reciban con buena cara, pidan ver su cuaderno y ya esté encaminada la cena. Noelia va y viene en preguntas sin respuestas, de por qué pasó lo que pasó, de si será costumbre o está hablando el corazón, de si rompió un círculo vicioso o si fue sólo esa vez.
Allá, en el centro de la urbe, termina la lectura una chica trans y siguen aplausos y ovaciones. Levantan otra vez el volumen de la música y un grupo de mujeres jóvenes improvisan un baile de suaves vaivenes con ojos entrecerrados. Otras se aprontan para tomarse fotos con las pancartas antes que se disipe el acto.