Por Ana Orecchia
-No sé cómo dejé que me hiciera mierda así.
En el medio de plaza, este 8 de marzo, Lucía llora el pasado de maltrato, cuando se alejó de la militancia, de la calle, de otras mujeres. Dos horas antes de marchar llega al punto de la concentración en bicicleta, se ofrece a repartir la proclama al resto de las mujeres que van llegando, para que puedan leerla al llegar al destino, tal como fue pautado en las asambleas previas. Se maquilla las lágrimas con pintura violeta y abraza a una amiga que le dice que ya pasó, que ahora es distinto. Que ahí están, todas juntas.
-No sé cómo permití que me pasara esto. ¡Cómo puse en riesgo hasta mi vida por este tipo!
Mariana pone en palabras lo que tiene atascado en el cuerpo hace semanas, entre cervezas y dos nuevas conocidas que caminaron junto a ella y una amiga entre miles de mujeres más, horas antes. Pide otra cerveza, tiene miedo y rabia, pero sabe que está viva. Extraña a su mejor amiga que ya no está, la extrañó en la plaza y en la calle.
El retrato de la plaza Cagancha es la imagen esperada ansiosamente en las reuniones de cada miércoles previo, desde hace un mes. Al atardecer y a mitad de semana, mujeres de diversas agrupaciones y sindicatos, estudiantes, trabajadoras, militantes históricas de la ciudad y recién llegadas al espacio abierto de la Coordinadora de Feminismos del Uruguay, discuten cada semana qué desean hacer. Y, fundamentalmente, cómo hacerlo. En el antiguo patio de una casona de techos altísimos y a lo largo de una imponente escalera de mármol, unas mujeres se acomodan, preparan un mate, comentan la jornada laboral. Recuerdan cómo surgió esa mesa de coordinación en Montevideo en 2014 y el crecimiento que vino después. La enorme e inesperada concurrencia del 8 de marzo pasado hace pensar que este año puede ser aún más grande. Se esperan mucho más que 100 mil mujeres.
Durante tres horas semanales, entre palabras, miradas y risas, se discute el trabajo de las distintas comisiones que se van formando: logística, autocuidado, finanzas, comunicación. Buscan respetar los momentos de habla y de escucha, se apunta a lograr consensos y a no levantar la voz. En este espacio las mujeres se consultan cada palabra de la proclama que va gestándose y creciendo con el correr de las semanas, para ser leída al final de la marcha.
Producen entre ellas nuevas definiciones acerca de cómo cuidarse en la manifestación: “El autocuidado es la forma en que las mujeres gestionamos nuestros espacios y los sostenemos amorosamente, porque es urdiendo vínculos con otras mujeres la forma en que generamos lazos de cuidados necesarios para combatir las relaciones patriarcales”, lee una joven desde su celular. Sigue las líneas del texto en una lectura pausada, mira cuando se detiene hacia sus compañeras que alrededor asienten y escuchan el texto que luego será compartido con los criterios de autocuidado de la marcha. El autocuidado feminista es autogestionado, cada semana invitan a que se sumen más mujeres a esta tarea, para ir construyendo los criterios e incorporarlos a la práctica de a poco.
En la plenaria de los miércoles se debate todo. Vienen de grupos muy distintos y eso hace más lenta la llegada de los acuerdos, pero también los enriquece, porque al final de la reunión logran tomar decisiones que dejan satisfechas a todas. Que la marcha sea encabezada por mujeres y que los hombres que quieran acompañar respeten ese espacio y se mantengan detrás es uno de los principales acuerdos. Todas (incluso las que comparten su militancia con hombres) entienden que es la mejor decisión que pueden tomar en un momento en el que es evidente que la violencia hacia las mujeres no se reproduce en casos aislados, sino sistemáticamente, donde los principales agresores son hombres.
Desde el primer día acuerdan en mantener dos prácticas que identifican a esta organización en cada Alerta feminista: la lectura colectiva y sin estrados de una proclama y el abrazo caracol. Se piensan estrategias para lograr ambas propuestas, definen repartirse en cinco grupos de dos mujeres cada uno, distribuidas a lo largo de las primeras cuadras, intentando llegar lo más lejos posible con las voces y los brazos. Para que ese ritual se vea y se escuche, para que se sienta en los cuerpos la horizontalidad y la hermandad de tantas mujeres en lucha, una al lado de la otra gritan: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”.
Muchas y muchos ven por primera vez ese despliegue ritual este 8 de marzo. Varios hombres curiosos se cuelan -contra lo deseado- en las primeras filas, preguntan por qué se enciende un fuego, buscan ocupar un espacio cercano a la intervención artística para filmar esa escena incomprendida de mujeres eufóricas, cantando alrededor de las llamas y quemando carteles, vestidas de guerreras, empuñando cañas. Quemando figurativamente al patriarcado.
Mujeres de las más distintas edades se fotografían con carteles de protesta que alzan sobre sus cabezas o llevaban impresos en sus cuerpos. Una madre le repite el canto de las brujas a su hija más pequeña, que luego pregunta qué es eso de quemar brujas. Circulan torsos vestidos, desnudos, morochos, pintados, jóvenes y ya no tanto. La calle es principalmente de las mujeres, de las madres, hijas y abuelas que caminan la Avenida 18 de julio y que se suman desde los costados, a medida que la multitud avanza. También de las que están en los balcones, agitando sus pañuelos violetas. De las niñas que van sobre las espaldas de sus madres y padres. De las más diversas expresiones del feminismo: mujeres, lesbianas, trans, afrodescendientes, trabajadoras sexuales y abolicionistas, de organizaciones únicamente de mujeres y mixtas. De las que miran desde el cordón, sonríen y agarran los volantes, los miran o guardan para seguir aplaudiendo con más comodidad.
En esta región del Cono Sur, el verano estalló feminista. En la televisión, en las redes sociales y en los diarios se hizo más visible la necesidad de parar, las mujeres en los sindicatos tuvieron un mayor acuerdo que el año pasado y pudieron marchar muchas más. Las amigas hasta ahora no declaradas militantes empezaron a reconocerse en otros discursos que les hablaban directamente de la desigualdad económica y de poder en los lugares de trabajo, reaccionaron a los dichos de actores y cantantes legendarios que las convocaban a realizarse como madres o a relajarse ante una violación. Mostraron con mayor fuerza que están hartas de tanta violencia, marcharon en todo el mundo. También faltaron muchas. Siguen faltando en esta calle las que no pueden elegir parar, las presas, las víctimas muertas por la violencia machista.
La organización previa de este 8 de marzo trasciende la fecha. Las calles expresan la organización de miles y dejan ver que, más que una agenda, las mujeres están construyendo un nuevo contrato social en el cual lo político puede repensarse en clave feminista. Es la génesis donde las brujas crean sus propias normas y hacen del espacio público un territorio seguro y libre para cualquier forma desobediente de expresión. Un lugar en el que Lucía, Mariana y tantas más puedan dejar de apuntarse con la misma pregunta que las condena y encuentren, junto a otras, nuevos espejos para narrar y vivir la historia.