Por Nadia Amesti
En la línea frontal de la marcha se toman del brazo. Se sienten los tambores. Se abren las miradas. Las de las cámaras y las de los transeúntes. Cada cántico desenvuelve una lucha distinta, en especial, en el frente.
Allá, aquella, con la bandera violeta, las mejillas pintadas, la que aplaude sin término, ella. Le canta a sus abuelas, a sus tatarabuelas, a su madre, entona el conocido “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”.
Un gorjeo andino se extiende unas filas detrás, las mujeres entonan versos originarios. En primera fila, aquellas, hacen de la cumbia argentina una bofetada al machismo. “Con las compañeras vamos a ser todas libres”, cantan, bailan, sin adormecer.
Al llegar a Ejido, quietos, un grupo estático alza pancartas a los costados de la marcha: “Femenina sí, Feminista, no”. Las mujeres en movimiento pasan de largo pero dictan desde: “Iglesia, basura, vos sos la dictadura” hasta “Mujer que escucha únete a la lucha”.
La marcha sigue. Entre atropelladas y pisadas. Entre miles de cantos sin unificar. Parece que desde la punta, desde el comienzo, la marcha es dispersa, fragmentada.
Pero allá va, una mujer abraza a otra:
-Hace mil que no te veo.
Desde el balcón saludan dos mujeres de más de 50 años. Rodeadas de globos, pequeños o grandes grupos les rinden homenaje cada una con su versión, una aplaude los cánticos que se le dedican, otra saluda con la mano de lado a lado, como una primera dama.
En la tercera fila, un hombre marcha con su pareja mujer. “Macho andáte de acá”, le reclama un grupo. Una de ellas le acaricia el brazo a la mujer. El hombre imperturbable sigue, sin darse por aludido.
-Necesito algo violeta, recién salí de trabajar -comenta otra.
Alguien le alcanza un trozo de tnt violeta. Se saludan y se agradecen desde lejos.
Mientras los carteles arden al final de la marcha, la proclama se entona a diferentes ritmos. En el fin del tan cansino (para algunas) 8 de marzo, la marcha a unas cuadras sigue existiendo, sin extinguirse, sin dejarse rendir.