Por María Ángeles Michelena
Desde el momento inicial fue un flujo permanente, casi en cámara ligera, que no permitía ingresar a la Avenida 18 de Julio donde se realizaba la Marcha del 8M, presidida por una enorme pancarta que decía: “Si paramos las mujeres paramos el mundo”.
A medida que la columna de mujeres manifestantes avanzaba, el paso se enlenteció. Comenzaron a cruzarse diversos ritmos en el marchar, al repique de tambores y de palmas acompañadas por voces coreando: “Ni una menos” o “Tocan a una, tocan a todas”.
Otros ritmos puramente corporales iban de lado a lado como olas en zona de correntada. Flameaban telas de color morado. Caras y cuerpos pintados de jóvenes mujeres se desplazaban por las calles.
Las demandas que se podían leer, escritas en carteles de cartón o papel sostenidos con los brazos en alto, eran muchas y diversas: contra la violencia del patriarcado, del Estado y de las iglesias; por la reducción de la brecha salarial; por visibilizar el trabajo de cuidados hecho por las mujeres. También se podían leer reclamos como “De mi cuerpo y mi vestuario, guárdate el comentario”.
Palmas y voces se acompasaban en esa marea en constante movimiento bajo cánticos como “Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina”.
Mujeres de distintas generaciones, también hombres acompañando, avanzaban reclamando justicia por los siete femicidios ocurridos en lo que va del año. Se escuchaba: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a mujeres en la cara de la gente”.
En los hombros de una joven madre iba su niña de unos cuatro años, elevando un cartel en el que lucía la frase “Te amo mamá” y una flor. Otras dos madres portando sus hijos en sendas sillas a la espalda, iban conversando mientras los pequeños, una niña y un varón, se tomaban de la mano en simbólica alianza. Como ellas, decenas de miles cargaban con sus pequeños participantes de esta práctica poderosa. De balcones y ventanas bajaban saludos solidarios junto a racimos de globos violetas.
Codo a codo, grito a grito, en un tránsito compacto que ocupaba unas 15 cuadras de la principal avenida de Montevideo, se palpaba la materialidad de la conciencia feminista de hoy y aquí, hecha de la vida misma de quienes marchaban y de tanta experiencia de otros tiempos y lugares.
Seguro que Amparo Poch y Gascón, junto a sus compañeras de “Mujeres Libres”, sobrevolaban la Marcha desde esa otra dimensión inmaterial. Amparo formaba parte de estedevenir. Médica, escritora, militante libertaria y antifascista, dejó su trazo en la España de 1930 y hasta su muerte en 1968, durante años de guerra civil y totalitarismos. Luchó contra la opinión patriarcal por seguir su vocación, priorizó en su práctica de la medicina a mujeres y niños,y contribuyó al despertar de las mujeres de su época con su prédica anarco feminista en “Mujeres Libres” la revista de la que fue co-fundadora.
Entre tantas otras mujeres fuertes de la Historia, seguro que en la Marcha también sobrevoló aquella que se autodefinió en la primera mitad del siglo XIX como “una paria feminista”: Flora Tristán. Aquella socialista utópica, que fue capaz de romper con un modelo esclavizante, donde el marido era propietario de la mujer, y dedicar su vida a la lucha por la emancipación en el sentido más amplio.
Junto al llamado para el que acuñó la frase “Proletarios del mundo uníos”, Tristán señaló que aún había alguien más oprimido que el obrero: “la mujer del obrero”. De allí que el centro de su lucha fuera el derecho a la Educación de las mujeres, es decir, de “la mitad de la humanidad”.
Las luchas feministas de todos los tiempos alimentaban el clamor de esta Marcha de mujeres uruguayas que en sus consignas actualizaban una vieja demanda por la equidad de género.
La manifestación en su culminación desembocaba frente a una hoguera, allí se sumaban las mujeres que iban arribando y en una danza circular advertían: “Somos las nietas de todas las brujas que no pudieron matar”.