Aborto yo, abortamos todas

-Misoprostol.

Responde bajito cuando la chiquilina, en la farmacia de la mutualista, le pregunta qué va llevar.

Es sábado de mañana y en la sala de espera iluminada artificialmente y de paredes blancas no queda ninguna de las sillas de metal vacía. El espacio es chico, le parece imposible que nadie la escuche. No quiere que nadie la escuche. Le da vergüenza. El aborto está despenalizado judicialmente en Uruguay. Socialmente, no.

En el año 2012, luego de décadas de lucha del movimiento feminista por el acceso legal, seguro y gratuito al aborto, el Parlamento aprobó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (N° 18.987). Ninguna mujer tiene dudas sobre el avance que esta ley implica, pero el proceso de discusión y el proyecto finalmente aprobado dejó una “dosis de frustración” en las organizaciones feministas*.

Cuatro años antes, Tabaré Vázquez vetó los artículos de la Ley de Defensa de la Salud Sexual y Reproductiva que despenalizaban el aborto. El texto del veto comienza diciendo que el aborto es «un mal social a erradicar» y esgrime razones de distinta índole; entre ellas, afirma erróneamente que en los lugares donde se legalizó han aumentado la cantidad de casos porque abortar se volvió costumbre. Y sigue: dice que tal como afirma la ciencia, dado que desde el momento de la concepción hay vida, es «deber de la nación proteger a los más débiles».

En la siguiente legislatura el aborto volvió a entrar en la agenda parlamentaria. Se retomaron los artículos vetados y fue aprobado en el Senado un proyecto de ley que lo despenalizaba por sola voluntad de la mujer hasta las 12 semanas de gestación. Al llegar a Diputados, el frentista Andrés Lima anunció que no lo votaría, por lo que el Frente Amplio (FA) comenzó a negociar modificaciones al proyecto presentadas por el diputado del Partido Independiente Iván Posadas, a cambio de que diera el voto 50 para su aprobación.

La ley vigente, más restrictiva en términos de derechos para las mujeres, es el resultado de esas negociaciones por el voto 50. En su artículo 3º establece que una mujer que quiere abortar debe presentarse ante un médico a los efectos de ponerlo en conocimiento sobre las “situaciones de penuria económica, sociales o familiares o etarias que a su criterio le impiden continuar con el embarazo en curso».

No sentía estar pasando por ninguna penuria. No quería tener un hijo.

***

Domingo. Diez menos diez de la noche. 36 horas después de tomar una pastilla de mifepristona, tras tener media hora las cuatro pastillas de misoprostol entre las mejillas y las encías, toma agua y las traga. Siente la boca pastosa, intenta relajarse y esperar. Intuye lo que espera pero no lo sabe con certeza. En la consulta con el equipo multidisciplinario le recomendaron que tratara de estar tranquila, le advirtieron que podía hacer fiebre y que fuera a la emergencia si la hemorragia sobrepasaba la capacidad de absorción de dos toallas higiénicas en una hora. A los veinte minutos comienza a sentir contracciones en la zona del útero, un dolor leve, tolerable. Va al baño y confirma el comienzo del sangrado. El dolor aumenta. Decide poner una toalla en la cama y acostarse. Se duerme.

***

Es sábado de mañana y en la sala de espera iluminada artificialmente y de paredes blancas no queda ninguna de las sillas de metal vacía. Tiene consulta por tercera vez con el equipo multidisciplinario. El médico intenta ser simpático pero no le cae bien. Es la mujer más joven quien le hace las preguntas, las que evidencian que según la ley, ella sola no es capaz de decidir sobre su propio cuerpo. El primer día le hizo tres: ¿Lo hablaste con alguien? ¿Viniste sola? ¿Con quién vivís? Respondió resignada, utilizó la menor cantidad de palabras posible, pero intentó mostrarse segura. La tercera integrante del equipo multidisciplinario, una mujer más mayor, de pelo corto, no interviene en ninguna de las instancias.

Su proceso de aborto se hace largo, necesita repetir la dosis de misoprostol.

Hoy, con más información, sabe que todo ese tiempo podría haber sido evitado. Le ofrecieron la posibilidad de realizarse un legrado dos meses después de haber tomado la primera dosis de pastillas. Se sorprendió cuando al llegar al hospital donde la derivaron, entendió que para poder hacérselo tenía que ir a la emergencia. Un procedimiento que estaba recetado y planificado ¿es una emergencia?

Pensó en las miles de mujeres que antes de la legalización debieron ir a Emergencias debiendo declarar que habían tenido un aborto espontáneo después de hacerlo en forma clandestina.

Casi terminando la consulta, el médico le dice que no puede tener relaciones sexuales. Responde que hasta ese momento no le habían dicho nada y pregunta por qué.

-Por riesgo de infección y porque tenés que ir pensando para la próxima consulta con qué método anticonceptivo te vas a cuidar.

Se indigna. ¿Acaso no es ella capaz de elegir qué método anticonceptivo usar? Por haber quedado embarazada ¿tiene que tomar la decisión en acuerdo con tres personas integrantes de un tribunal?

No dice más nada, agradece y se va lo más rápido que puede.

***

Dos semanas después, en una reunión de trabajo comienza un sangrado intenso. La cantidad casi supera a la del primer día. No esperaba que eso pudiera pasar en ese momento. Se asusta.

El box de emergencia es pequeño. Hay un escritorio, una silla y la camilla ginecológica. El médico de guardia tiene más de sesenta años, es de mediana estatura y tiene un anillo de oro con sus iniciales, no usa túnica, tiene puesta una camisa a cuadros y pantalón de vestir. Le explica por qué vino. Él revisa en la computadora su historia clínica y le pregunta:

-¿Y qué lío tenés ahora?

Le vuelve a explicar.

Está de piernas abiertas sobre la camilla, nerviosa, siente que el médico es consciente de su poder y lo aprovecha.

-¿Cómo te cuidas?

Le dice.

Quiere contestarle que no había venido a hablar con él de su método anticonceptivo, pero se siente demasiado vulnerable.

-Con preservativos.

Se limita a responder.

-Bueno, vas a tener que ver qué hacer, el preservativo es un método malo, ya ves, te falló.

Decide quedarse callada. Se siente impotente.

Cuando dos horas más tarde el médico vuelve para chequear el resultado de la ecografía y ella entra al box con su pareja varón, él parece otra persona: simpático y respetuoso. Los despide amablemente.

***

El aborto está despenalizado judicialmente en Uruguay. Socialmente, no.

Las mujeres continuamos siendo violentadas por abortar y no recibimos toda la información necesaria de forma detallada y clara. La gran mayoría de nosotras desconocemos cuáles son exactamente los efectos del misoprostol. Los médicos, en lugar de limitarse a hacer su trabajo, todavía juzgan moralmente a quienes decidimos abortar. La obligatoriedad de las consultas con el equipo multidisciplinario no tiene más sentido que limitar nuestro derecho sobre nuestro cuerpo.

Las mujeres abortamos todas.
La militante, la adolescente y la adulta.
La que está informada y la que siente culpa.
La trabajadora, la que tiene pareja estable y la que no.
La que no tiene dudas, la que ya tuvo hijos.
La que no los va a tener.

-Por Jimena Torres-.

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