Lo único que se escuchaba en el silencio de la madrugada era el ruido apurado de las cubiertas de los autos en el pavimento. La ciudad se desperezaba, y yo con ella. Hoy es la primera vuelta de las elecciones nacionales y la principal faena de los uruguayos es votar: sano y necesario ejercicio.
Imaginé los apuros para formar las mesas: abrir la urna, completar las actas, poner las listas, colocar los carteles, firmar los documentos y tener todo listo para las ocho.
Organicé el día para llevar a mi gente a votar. Para mi madre y mi tía, lúcidas señoras octogenarias, el acto cívico es, además, una ceremonia. Me esperaban en sus casas a las diez de la mañana de ese domingo sofocante. Votaban en la Facultad de Ciencias en Malvín Norte, baluarte frenteamplista. A mí me tocaba votar en el Club Relámpago, en Malvín sur. El resto de la familia en la zona de Tres Cruces, donde vivimos.
Una vez en el auto, listos para el tour cívico, arrancamos en dirección al Complejo “Euskal Erría”. Antes teníamos que recoger listas de un Comité de Base; quizás para evitar errores innecesarios, o por alguna razón de cábala, las señoras querían entrar al cuarto secreto con papeletas propias: digna preocupación.
No era fácil circular. La calle estaba llena de autos, camionetas, ómnibus, bicicletas, motos y gente caminando. El tránsito era lento y pesado, tanto como el clima. Sin duda, la gente había salido a votar temprano.
El Comité estaba oscuro. Había varios militantes tomando mate y arriba de una mesa tenían las listas de todos los sectores de donde saqué las que precisaba.
La playa de estacionamiento de la Facultad estaba completa. Un ómnibus con la foto sonriente de Tabaré y Sendic sobresalía en el medio de los autos.
En la cola, la gente tomaba mate, comía algún bizcocho y mostraba serenidad. Conversaban entre sí y cada tanto se escuchaba: “¡Pero, qué alegría! Tanto tiempo sin vernos”. El mismo clima reinaba en la mesa receptora de votos: caras sonrientes y mate compartido.
Cumplido los primeros actos cívicos de la familia, había que lanzarse al cruce de Avenida Italia. Parecía más probable cruzar a nado el Río de la Plata, que llegar al otro lado de la avenida.
─¡No ves lo que haces, pelotudo! -dijo un chofer a otro a grito pelado.
─¡Vo’! ¿No te das cuenta que cuando doblás perdés la preferencia?
Casi se arma revuelta, pero otro chofer sacó la mano por la ventanilla y con voz suave dijo:
─Muchachos, por favor…¡hoy no! ─y reinó la paz.
Ya del otro lado, el tránsito se hizo más fluido. Llegamos a un local viejo, sede del Club Relámpago. Había muy poca gente y voté sin espera.
De vuelta en casa, almuerzo y siesta mediante, restaba esperar los resultados.
Según las encuestadores, dos cosas eran seguras: que iba a haber segunda vuelta, y que no saldría la reforma constitucional de rebaja de la edad de imputabilidad penal.
Sobre las seis de la tarde empezaron a correr bolazos: que el Frente no llegaba al 41%, y que salía la reforma.
─Mamá: dicen que marchamos, que sale la reforma ─dijo uno de mis hijos. Había que esperar; no quedaba otro remedio.
Sentados frente al televisor vimos cómo se escrutaban los primeros votos en las diferentes mesas; además ya se escuchaban las opiniones de los politólogos. El panorama para el Frente Amplio era un poco mejor al previsto y los bolazos parecían ser eso, bolazos. Pero insistían: no tendría más del 46% de los votos. En cuanto a la reforma, era casi seguro que no salía, pero la votación a favor había sido muy alta.
Sin embargo, con el correr de los minutos el panorama cambió y los resultados empezaron a favorecer a la fuerza de izquierda. En poco rato, las banderas de Otorgués, salieron urgidas de los placares y tiñeron de rojo, azul y blanco las calles de Montevideo. Los colibríes -símbolos de la Comisión No a la Baja- agregaban color. La gente salió a festejar y llenó 18 de Julio, como siempre. Pero hoy se sentía algo distinto: o la molestia de la gente ante el error en las predicciones de las empresas encuestadoras, o tal vez era el vilipendiado sentimiento frentista que ante los resultados favorables volvía a creer que “nada puede detenerse, si no decidís parar”.
Por Gabriela Fernández