Cuando el ombú de la existencia
sacude el viento del recuerdo,
se llena el alma de «murmuyos»
que cuentan cosas del tiempo viejo.
En ocasiones, al oírlos,
el cielo claro de los ojos
queda «tapao» de cerrazón
y en otras veces, sin querer,
se va la mano pa’l facón.
Murmullos (J. C. Patrón)
La mano rústica desliza con firmeza el acero templado del facón sobre una piedra de acentar. La uña del pulgar derecho, llena de pequeñas muescas, sirve para probar el filo que, si está bien, queda clavado. Así, entre piedras de afilar, agua y chispas, pasa las horas Juan, el afilador. El taller es oscuro, sin luz natural, y todo está cubierto de polvo gris de metales devastados durante años. Un radiograbador con los cables pelados acompaña, desde un estante, la foto de Peñarol campeón del ´87. Al fondo, atravesando un pequeño patio de tierra, está su humilde vivienda. Algunas plantas que cuida con esmero y el perro Carbón son los únicos seres vivos que le acompañan.
Le gusta el oficio que ha elegido y no aspira a cosas grandes, como hacerse rico o famoso, ese tiempo ya pasó. A veces recuerda su infancia, cuando construía rascacielos, con el balde de bloquecitos que un seis de enero apareció junto a su cama. Sus sueños de ser arquitecto cayeron junto con la inocencia, y se hizo timonel en un mar bravío de penurias económicas y amores juveniles. Esos recuerdos lo asaltan aunque no quiera, entonces saca unas monedas de una lata, compra un litro de vino cortado con sprite y fuma, con la mirada perdida, fuma.
Pero él prefiere vivir tranquilo y pensar en corto: el domingo hay que ganarle a Miramar (le da miedo pensar en Gloria, la almacenera que lo afila… ¡Justo a él!).
La hora del partido lo encuentra sentado en el patio con el mate pronto y la previa en la cantora. El taller está en silencio y más oscuro. Peñarol está penúltimo y juega con el último. La semana será insoportable si no gana. Hace varias fechas viene aguantando las bromas, ya no puede más.
-¿Sabés como le dicen a Peñarol?
-Campeón del siglo -contesta siempre.
-No. Billete de dos mil pesos: da pena gastarlos.
Nacional perdió el sábado, buen augurio. Sin saber por qué piensa en Gloria.
El primer tiempo es anodino, más de lo mismo, para colmo le anulan mal un gol. Pero en el segundo todo cambia, los goles comienzan a caer como la bendición de las primeras gotas de lluvia en tierra sedienta. Van cinco.
Esta semana será más llevadera, piensa. El mundo no le parece tan gris. Acaricia el perro y se pregunta si estará abierto el almacén, quiere un cortado para la noche.
Arma un tabaco y pita el juez.
La noche es de gloria.
Por Iván Franco